Uno debería saber que, como no se juzga un libro por su portada, tampoco debería juzgarse un disco por su arte de tapa. Muchos grandes músicos tienen discos cuyas tapas son geniales, pero es obvio que no se puede usar esto como criterio. Particularmente veo que es muy frecuente en el mundo del jazz, que la tapa consiste en el músico fotografiado con su instrumento. Por Dios, qué falta de imaginación. Qué poca atención que algunos artistas le prestan a algo tan importante como la "cara visible" del disco. Recorriendo blogs he pasado de largo sin piedad centenares de discos sólo por esto, por tener una tapa ofensivamente mediocre. Lo mismo me pasó con este: otro negro con sombrerito posando para la foto con su saxo. Creo que varios meses después de haberlo visto por primera vez, por alguna razón que ya no recuerdo, decido darle una oportunidad. Y descubrí que estuve muy cerca de perderme un gran disco. Inmediatamente captura mi atención ese sonido post bop que tanto me gusta: un poco fracturado, libre pero lejos de ser caótico. En muchas partes hay una aparente disociación entre los instrumentos, muy sutil, donde parece que cada uno está un poco distanciado de los demás, por afuera del círculo, y esto me produce el efecto contrario: le da al sonido grupal un plus de coherencia. El resultado es un bloque monolítico. No requiere muchas escuchadas, ni una "digestión". El efecto atrapante es inmediato, Hay mucha armonía, melodías, pero también mucho sugerido, insinuado, igual que el ritmo. Nunca una obviedad; ni un sólo cliché en 56 minutos. Por momentos me parece encontrar influencia de los grupos de Miles Davis y John Coltrane de mediados de los 60's, -que fueron un quiebre con la tradición- pero sin ser una imitación vacía, sino sólo una moderada influencia en una propuesta con personalidad propia. Pienso indagar más en el pasado reciente de este tal J.D. Allen, y tenerlo en cuenta para el futuro.
Otro de los discos del año para mi.
Bajando y en lista de reproducción...
ResponderBorrarGracias!